El oscuro castillo que los nazis quisieron convertir en el «centro del mundo»

Entre los alrededor de 20.000 palacios y castillos que hay en Alemania, el de Wewelsburg es el único triangular. Y esa no es la única razón por la que se distingue de los demás.

El inusual castillo que se alza en lo alto de una roca que domina el valle de Alme fue construido en el siglo XVII para los príncipes obispos de Paderborn. Pero fue su arrendatario en la década de 1930 quien lo hizo aún más notorio.

Se trataba nada menos que Heinrich Himmler, el Reichsführer de las Schutzstaffel (SS), es decir el líder de máximo rango de la organización paramilitar, policial, política, penitenciaria y de seguridad al servicio de Adolf Hitler en la Alemania nazi.

Himmler firmó un contrato de arrendamiento de 100 años pues «quería tener un castillo donde pudiera reunirse con sus más altos líderes de las SS», le explica Kristen John-Stuke, directora Kreismuseum Wewelsburg a BBC Reel.

Su idea era transformarlo en un centro clave de ideología, consolidar el estatus de élite de las SS en la sociedad alemana y garantizar que la organización mantuviera su pureza y valores compartidos. En 1935, su nombre oficial pasó a ser «Escuela Wewelsburg SS».

Y después de la Segunda Guerra Mundial surgieron muchos mitos sobre este lugar que alimentaron, y siguen alimentando, teorías de conspiración.

Misticismo
El Partido Nazi creía en la superioridad de la llamada raza aria (o «sangre alemana»).

Muchos líderes nazis destacados citaban la mitología y leyendas para respaldar sus planes de dominación mundial.

Himmler mismo estaba fascinado con el misticismo y el ocultismo, y vinculósu interés con su filosofía racista, encontrando «pruebas» de la superioridad racial aria y de los países nórdicos desde la antigüedad.

Llegó a imaginar una nueva religión estatal pseudopagana basada en una visión idealizada de la cultura caballeresca alemana y la pureza racial aria.

Las SS iban a ser la vanguardia ideológica de esta nueva fe y el instrumento para adoctrinar a los alemanes en ella.

Y el castillo de Wewelsburg iba a desempeñar un papel central en muchos de los festivales, rituales y las ceremonias que creó, como aquellas en las que se casaban los oficiales de las SS y se ‘bautizaban’ sus hijos.

Es por eso que los rumores sobre el castillo son muchos, pero eso no quiere decir que sean ciertos.

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¿Cómo se enteró el mundo que existían los campos de concentración?

Al final de la guerra, la liberación de los primeros campos de concentración tuvo poca repercusión, pero las imágenes que los Aliados descubren allí, en un primer momento censuradas, sirvieron para tomar conciencia al mundo del horror del Holocausto.

La liberación de estos campos de exterminio tuvo lugar en medio del avance hacia Berlín de los ejércitos soviético, estadounidenses y británico.

Comienza el 24 de julio de 1944, con el descubrimiento de Majdanek, que está ubicado en los suburbios de Lublin, Polonia, por el Ejército Rojo, y termina el 8 de mayo de 1945 con la liberación de Theresienstadt, o Terezín en checo, en el norte de Praga.

Desde junio de 1944, el teórico de la Solución Final y jefe de las SS, Heinrich Himmler, ordena la evacuación ante la llegada de los aliados y la transferencia de los detenidos a otros campos de concentración.

La orden concernía en primer lugar los campos ubicados en los países bálticos, amenazados por el avance del Ejército Rojo.

Antes de huir, los oficiales de las SS tenían como consigna borrar todas las huellas de sus crímenes.

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Día D: el día en que se salvó el mundo.

Lo que significó el 6 de junio de 1944 entonces, ahora y siempre. Así cambió el mundo el desembarco de Normandía.

Me cortaron el pelo el 5 de junio de 1944. Lo recuerdo con certeza porque, precozmente, intenté entablar una conversación con el barbero sobre la entrada de las tropas aliadas en Roma, de la que se había informado ese día. No parecía interesado en unirse a un niño de diez años de la escuela primaria en una discusión sobre las noticias de la guerra.

Estaba obsesionado por ello. Mis únicos recuerdos eran de un mundo en guerra. Comenzaron con la evacuación de prueba de los niños de las ciudades británicas durante la crisis de Múnich de 1938 e incluyeron la evacuación real en septiembre de 1939, encuentros con soldados que habían escapado de Dunkerque en 1940, el resplandor de Bristol ardiendo en el horizonte durante el bombardeo de 1941 y el descubrimiento de trozos de bombarderos alemanes estrellados en los campos alrededor de nuestra casa. También incluyeron la llegada de los norteamericanos de las divisiones de infantería 1ª y 29ª en 1943, una extraordinaria y excitante alteración de la vida rústica, perturbada por última vez por la construcción de los ferrocarriles en el siglo XIX. Los americanos, a los que los campesinos ingleses sólo conocían a través de Hollywood, trajeron Detroit a sus estrechas callejuelas y pueblos medievales. Los tanques, las excavadoras y los camiones, en cantidades nunca antes imaginadas, prometían una nueva forma de hacer la guerra y, sobre todo, la victoria. Después de cuatro años de penurias, peligro y ansiedad, la llegada de los estadounidenses encendió la esperanza de que, después de todo, podría haber un final exitoso para un conflicto aparentemente interminable.

Nunca había dudado. Con el feroz patriotismo de un niño de la guerra, estaba poseído por la certeza de que Hitler sería derrotado, y amaba a los exuberantes estadounidenses que llegaban porque su confianza en sí mismos y su vitalidad me hablaban de un triunfo predestinado. El sombrío barbero no era mi tipo de persona. Los americanos sí lo eran. Esa noche me escapé de la cama para reunirme con mis padres en el jardín, que retumbaba con la fila de aviones americanos que llevaban a las divisiones 82ª y 101 a sus zonas de lanzamiento en la península de Cotentin. Al día siguiente nos despertamos para escuchar en la radio el anuncio, repetido constantemente durante todo el 6 de junio, de que «esta mañana temprano las armadas aliadas, apoyadas por fuertes fuerzas aéreas aliadas, comenzaron a desembarcar ejércitos aliados en la costa de Francia».

Me llené de euforia. Con la autoridad de un niño de diez años, sabía que la guerra estaba a punto de terminar. No podía tener paciencia con los adultos que se acurrucaban frente a la radio esperando una confirmación sólida de que los desembarcos habían tenido éxito. Por supuesto que habían tenido éxito. Había visto la magnitud de los preparativos: interminables columnas de tanques, cielos llenos de planeadores y sus remolcadores entrenando para los desembarcos aéreos, los pequeños puertos de la costa sur atascados de barcos esperando para transportar las tropas de asalto. Si yo fuera un alemán al otro lado del estrecho Canal de la Mancha -recuerdo lo frágiles que eran las defensas de nuestras playas de baño cuando la amenaza de la invasión estaba en la dirección opuesta en 1940 y 41-, pensé que simplemente estaría esperando para levantar las manos.

Los alemanes, ahora lo sabemos, no estaban de buen humor. Hasta el mes de noviembre anterior, Hitler no había emitido la quincuagésima primera de sus directivas del Führer, admitiendo por fin que la amenaza contra el Muro del Atlántico era real. Hasta entonces, tres cuartas partes de sus recursos se habían destinado a la guerra contra Rusia. Ahora admitía que «un peligro mayor aparece en el Oeste… Si el enemigo consiguiera romper nuestras defensas en un amplio frente aquí, las consecuencias inmediatas serían imprevisibles… Por lo tanto, he decidido reforzar sus defensas, especialmente en aquellos lugares desde los que se iniciará un bombardeo de largo alcance contra los ingleses».

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Rusia y Ucrania: cómo fue el sitio de Leningrado y por qué muchos lo recuerdan ahora tras la invasión rusa.

Sin luz, agua, calefacción o comida. La mayor parte del día, sin poder comunicarse con el mundo exterior, atemorizados por el estruendo de los misiles y la metralla.

«Nos bombardean constantemente. Estamos sin nada», le dice a la BBC Oksana, una residente de la ciudad ucraniana de Mariúpol.

Desde hace casi dos semanas, la localidad, como otras tantas en Ucrania, ha sido asediada sin descanso por las tropas rusas.

Zonas residenciales enteras han sido reducidas a escombros e incluso hospitales y escuelan muestran las cicatrices oscuras de las bombas.

Las fuerzas del Kremlin han cortado el acceso a todos los servicios básicos mientras la ciudad se hiela en invierno.

Imágenes y testimonios desde allí muestran a los residentes reunidos en las calles, cuando las explosiones lo permiten, para cocinar con pedazos de troncos de árboles su comida y, también, formando milicias urbanas para hacer frente al asedio.

«Al menos está nevando. Hay nieve, así que habrá agua, porque la nieve se puede derretir», dice Oksana.

Para ella, como para otros tantos residentes de la ciudad, su realidad ahora se vincula con la memoria terrible de uno de los hechos que más marcó a las repúblicas exsoviéticas: el asedio que vivió por casi 900 días la antigua capital del imperio ruso.

Las imágenes que revelan la dimensión de la destrucción en la ciudad ucraniana de Mariúpol
«Mis amigos pueden estar enterrados en fosas comunes»: la campaña de bombardeos indiscriminados sobre la ciudad de Mariúpol
«Para muchos de los que viven en Mariúpol esta situación es como el sitio de Leningrado», dice Diana Kuryshko, periodista del servicio ucraniano de la BBC.

El propio secretario de Estado de EE.UU., Anthony Blinken, asoció la situación en la ciudad ucraniana con la que vivió la actual ciudad rusa de San Petersburgo, sitiada por los nazis.

«Todos los rusos han aprendido sobre el asedio de Leningrado durante la II Guerra Mundial. Lamentablemente, la historia se ha repetido, pero ahora es el gobierno ruso el que cruelmente mata de hambre a las ciudades ucranianas», escribió Blinken en Twitter.

La asociación entre los asedios despertó señales de apoyos, pero también cuestionamientos entre quienes vieron como desproporcionada la comparación con una de las mayores tragedias de la historia rusa reciente.

Pero para el historiador Richard Bidlack, profesor de la Universidad Washington and Lee y uno de los investigadores internacionales más reconocidos sobre el sitio de Leningrado, la asociación cobra sentido, más allá de la duración y la envergadura de ambos asedios.

«El paralelismo histórico está presente: ciudades que son cercadas por tropas invasoras, que cortan agua, luz y alimentos a sus habitantes, que tratan de vaciarlas con el hambre y con el fuego de misiles y artillería. Y también, con la resistencia popular al invasor través de milicias… son todos factores comunes», le dice a BBC Mundo.

«Lógicamente, es difícil hacer asociaciones y comparaciones cuando hablamos de vidas humanas, porque al final no se trata de una competencia sobre qué hecho duró más o cuál dejó menos muertos. Pero sí es cierto que al ver las imágenes de lo que está pasando en algunas ciudades ucranianas, principalmente en Mariúpol, es difícil no asociarlas con lo que sucedió en Leningrado», agrega

Pero ¿qué pasó en esta ciudad rusa (actualmente San Petersburgo) y por qué se recuerda durante la invasión de Ucrania?

El gran cerco
Fue, tal vez, una de las decisiones militares más inesperadas de la historia: en 1941, Hitler decidió romper el pacto de no agresión que había firmado con Stalin y decidió lanzarse contra la Unión Soviética.

La guerra tenía ahora un nuevo frente y las tropas nazis, con la ayuda inicial de Finlandia, parte de cuyo territorio había sido invadido por el Ejército Rojo, se lanzaron contra una de las ciudades soviéticas más importantes y emblemáticas.

La toma de Leningrado – capital simbólica de la Revolución de 1917 y del bolchevismo- era uno de los tres objetivos principales de la Operación Barbarroja, el plan secreto de Hitler para invadir la URSS.

Pero su importancia iba más allá de lo que representaba la ciudad.

«Leningrado tenía muchos activos. Era responsable de alrededor del 10% de la producción industrial soviética en vísperas de la guerra, con varias plantas de guerra, particularmente en los distritos del sur de la ciudad. Y también tenía una posición estratégica, porque al frente, en una isla, estaba el cuartel general de la enorme Flota Báltica», recuerda Bidlack.

Los nazis arremetieron con todo lo que tenían a su alcance contra la ciudad. Se dice que Hitler creía que caería en cuestión de días.

Pero la resistencia fue más allá de todos los pronósticos: los alemanes no lograron tomar el control, lo que llevó a una tragedia humanitaria de grandes proporciones.

«Hubo bombardeos aéreos y fuego de artillería cruzada. La esperanza de Alemania era que para 1942, no quedaría esencialmente gente en la ciudad y así podrían ocuparla. Su plan para tomar la ciudad era matarla de hambre y bombardearla hasta someterla», recuerda el académico.

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El enigma de los cubos de uranio que los nazis utilizaban para crear su programa nuclear.

En la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Estados Unidos competían en una feroz batalla para ver quién lograba desarrollar primero un programa nuclear.

En los primeros años de la década de los 40 varios equipos de científicos alemanes comenzaron a producir miles cubos de uranio que serían el núcleo de los reactores que estaban desarrollando como parte del incipiente programa nuclear nazi.

Los alemanes estaban lejos de lograr una bomba atómica, pero confiaban en que estos experimentos les sirvieran para ponerse en ventaja sobre Estados Unidos.

De hecho, la fisión nuclear fue descubierta en 1938 en Berlín.

Fueron los alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann los primeros en saber cómo se podía dividir un átomo, y que al hacerlo se liberaría una gran cantidad de energía.

Años después, sin embargo, el Proyecto Manhattan y su bomba atómica demostró que en realidad los estadounidenses estaban muchísimo más adelantados que los alemanes en tecnología atómica.

Los cubos de uranio, sin embargo, guardan claves sobre el secretismo y el recelo entre ambos países por la carrera nuclear.

Hoy es un misterio el paradero de la inmensa mayoría de los miles de cubos que se fabricaron.

«Es difícil saber lo que ocurrió con estos cubos», le dice a BBC Mundo Alex Wellerstein, historiador especialista en armas nucleares del Instituto de Tecnología Stevens, en Estados Unidos.

«Los registros que hay no son los mejores».

En Estados Unidos, solo se han identificado una decena de ellos, lo cual los convierte en un preciado tesoro para los investigadores que intentan reconstruir los comienzos de la era nuclear.

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Beer Hall Putsch: el fallido «golpe de la cervecería» con el que Hitler intentó tomar el poder 10 años años antes de ser el Führer.

En la noche entre el 8 y el 9 de noviembre de 1923, un joven de origen austríaco irrumpió un mitin político que se celebraba en la Bürgerbräukeller, una de las cervecerías más grandes de Múnich.

Con pistola en mano, le habló a los asistentes de la concurrida cervecería sobre la «revolución social» que le devolvería a Alemania la gloria que había perdido tras la Primera Guerra Mundial.

Muchos de los asistentes no conocían a este joven de 34 años que había peleado en la guerra -donde resultó herido- y que después intentó infructuosamente convertirse en artista.

Pero algunos sí lo conocían: era Adolfo Hitler, el líder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, NSDAP por sus siglas en alemán, mejor conocido como el partido nazi.

Hitler había cambiado sus aspiraciones artísticas por discursos políticos que lo habían convertido en uno de los principales oradores del partido desde que ingresara como miembro.

Y sus oyentes encontraban en sus palabras el sentimiento de frustración que imperaba entre los alemanes durante la llamada República de Weimar, la Alemania de entreguerras.

Y es que Hitler consideraba que los gobernantes alemanes habían traicionado al país y llevado a Alemania a una grave crisis económica y política que había lastrado la voluntad de sus ciudadanos.

Esa noche, Hitler y sus seguidores irrumpieron el mitin, tomaron cautivos a tres generales y los llevaron a una habitación aparte, donde les pidieron que se unieran a la causa y se mostraran leales a los nazis. Su misión era derrocar a la República de Weimar.

Y todo empezaría allí, en esa cervecería.

«Estábamos acostumbrados a todo tipo de sorpresas en Bürgerbräukeller», llegó a decirle a la BBC el periodista Egon Larsen en su momento. «En esos años de posguerra tuvimos golpes, rebeliones, revoluciones, tiroteos. Pero creo que el 9 de noviembre de 1923 trajo probablemente la mayor sorpresa de todas».

El intento de golpe fue conocido como el Beer Hall Putsch, o «el golpe de la cervecería», la noche en que los nazis intentaron tomar el poder.

Lo que ocurrió esa noche y los días siguientes le dieron a Hitler la imagen pública que necesitaba para convertirse, años después, en el Führer, el líder de la Alemania nazi.

Los problemas de Alemania
Alemania no pasaba por su mejor momento.

El gobierno alemán tuvo que firmar en 1919 el Tratado de Versalles como resultado de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Con su firma, Alemania aceptaba la responsabilidad moral y material por haber causado la guerra.

El acuerdo resultó ser muy impopular entre los alemanes, quienes creían que sus gobernantes habían «apuñalado a Alemania por la espalda» y humillado al país.

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El hundimiento del MV Wilhelm Gustloff, el gran transatlántico alemán.

El transatlántico «Wilhelm Gustloff», joya de la corona de Adolf Hitler, se hundió en las gélidas aguas del mar Báltico junto con más de nueve mil personas, la mayoría niños y civiles refugiados evacuados de Polonia. Fue torpedeado casi al final de la Segunda Guerra Mundial por un submarino soviético. El régimen nazi ignoró la tragedia con el argumento de evitar desmoralizar aún más a la población.

amenudo se tiende a comparar la poco conocida tragedia del MV WilhelmGustloff con la del Titanic. Pero, en realidad, sus historias son muy distintas. El número de muertes en el transatlántico británico, 1.500, aun siendo muchísimas, queda muy lejos de las cerca de 9.600 que el 30 de enero de 1945 causó un torpedo soviético cuando impactó en el gigantesco buque alemán. En sus cubiertas y camarotes se hacinaban más de 10.500 personas entre civiles y militares que buscaban huir de una guerra que ya estaba a punto de terminar. Esta es la historia de un transatlántico nacido para el placer y que se convirtió en una tumba.

OCIO Y GUERRA
Construido por orden de Adolf Hitler, y enmarcado en el programa Kraft Durch Freude (Fuerza por la alegría), ideado por el líder sindical Robert Ley con el objetivo de ofrecer unas incomparables vacaciones a las clases obreras de Alemania en tiempos de paz, el MV Wilhelm Gustloff fue bautizado así en en memoria del político nacionalsocialista suizo Wilhelm Gustloff, asesinado en febrero de 1937. Construido en los astilleros Blohm & Voss, de Hamburgo, esta imponente nave medía 55 metros de altura, 200 metros de eslora y tenía ocho amplias cubiertas. Disfrutaba además de una piscina interior climatizada, unos enormes comedores comunitarios (donde los pasajeros desayunaban, almorzaban y cenaban con valiosos cubiertos de plata con una esvástica finamente grabada) y un espacioso gimnasio. Pero lo que distinguía al Gustloff del resto de barcos de su categoría eran los cómodos camarotes, iguales para todos los pasajeros. El éxito que obtuvo el programa diseñado por Ley fue tal que resultaba prácticamente imposible conseguir una plaza para poder disfrutar de un tranquilo crucero por el Báltico.

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Nueva Germania: el fallido intento de la hermana de Nietzsche de crear una comunidad de raza aria alemana en Paraguay.

Nada extraordinario. Aunque quizá si te digo que esos niños hablan también español y guaraní, y viven en un clima tropical en una zona conocida como la cuna de la yerba mate, esto te llame más la atención.

Bienvenidos a Nueva Germania, una colonia alemana situada en plena parte selvática de Paraguay. En ella viven algo más de 6.000 personas y la actividad principal es la agricultura.

Algunos de sus habitantes son descendientes de los primeros alemanes que llegaron a finales del siglo XIX para fundar la colonia. Hoy en día la comunidad de Nueva Germania pervive, aunque el concepto que inspiró su creación fracasó.

Una utopía aria


Para entender los orígenes de Nueva Germania tenemos que ubicarlos en el creciente clima antisemita que recorría Europa en la década de 1870.

En algunos círculos afloraban las ideas sobre pureza racial y sobre la creación de asentamientos fuera de la influencia judía.

De este ambiente formaba parte el compositor alemán Richard Wagner, un reconocido antisemita, así como el profesor Bernhard Förster y su esposa Elisabeth Nietzsche, hermana del filósofo Friedrich Nietzsche —por cierto, opuesto a la ideología de su hermana—.

«La idea inicia con Richard Wagner», le dice a BBC News Mundo el antropólogo polaco-alemán Jonatan Kurzwelly, quien desarrolló su tesis sobre la identidad en Nueva Germania.

«Hay que entender un poco el contexto histórico europeo. Eran tiempos de un incremento del antisemitismo, sobre todo en Alemania, en conjunto con dos sucesos el crack de la bolsa en Viena, que causó una crisis económica, y los pogramos en el Imperio ruso, los ataques contra los judíos que causaron una gran ola de inmigración».

«En esa época, en casa de Richard Wagner se encontró Elizabeth Nietzsche con su futuro esposo, Bernhard Förster», agrega Kurzwelly.

«Y ahí supuestamente Wagner soltó la idea de que se debería construir una Nueva Germania fuera de Europa, porque Europa ya estaba bajo demasiado control judío».

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La conferencia de Wannsee, el fin del «problema» judío.

El 20 de enero de 1942, quince dirigentes de alto rango del gobierno alemán y del partido nazi se reunieron en una mansión a orillas del lago Wannsee, cerca de Berlín. Allí planificaron con total frialdad la conocida como «Solución final», el asesinato en masa de todos los judíos de Europa.

al sur de Berlín se encuentra el lago Wannsee. Allí, el 20 de enero de 1942, en un palacete requisado a una familia judía, se reunieron algunos de los más altos jerarcas nazis para tratar un asunto que les preocupaba particularmente: «La Solución Final al Problema Judío». En realidad, en aquella reunión no se iba a solicitar la autorización para el inicio de la «Solución Final» (recordemos que en aquella época los nazis ya estaban asesinando a los judíos en Polonia y en la Unión Soviética ocupada). Allí, en Wannsee, se dieron las órdenes precisas para la detención y exterminio de más de once millones de judíos, así como de otros miembros de las razas consideradas «inferiores». Fue a partir de aquel día cuando los trenes de la muerte aumentaron drásticamente sus traslados desde los guetos a los campos de exterminio ubicados en Polonia.

LA REUNIÓN DEL HORROR


El mediodía de ese 20 de enero, el ensordecedor motor de un Messerschmitt, el famoso caza alemán, sobrevolaba la villa donde dentro de breves momentos iba tener lugar una reunión secreta. Todos los allí presentes sabían que el organizador estaba a punto de personarse y era muy probable que fuera él mismo quien pilotara el avión. Su sola presencia provocaba un auténtico terror a la mayoría de la gente, y sus colaboradores, e incluso sus superiores, le temían. Trece de los catorce allí presentes no sabían nada sobre el tema que se iba a tratar. Sólo el anfitrión, Adolf Eichmann, y Reinhard Heydrich, el invitado estrella que estaba a punto de entrar por la puerta, conocían todos y cada uno de los puntos del orden del día.

Su pelo rubio peinado con la raya a un lado quedó al descubierto al quitarse la gorra. Conocido como la «bestia rubia», a Reinhard Heydrich no le faltaban motes, incluso puestos por el propio Adolf Hitler, que lo apreciaba sinceramente y que seguramente pensó en él como su sucesor. El fhürer le llamaba «el hombre de corazón de hierro». Fue el propio Reinhard Heydrich quien inauguró la reunión mientras el resto escuchaba alrededor de una mesa tras haber recibido una copia del orden del día firmada por el mariscal del aire Hermann Goering. Heydrich explicó a los presentes la necesidad urgente de exterminar a todos los judíos de Europa, a los que consideraba como los máximos responsables de la propagación del comunismo y la entrada de Estados Unidos en el conflicto. Según Heydrich, el «tratamiento adecuado» para llevar a cabo el plan serían la utilización de las cámaras de gas combinada con fusilamientos masivos y otras «fórmulas».

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Entrenamiento de guerra.

este grupo de niños y niñas en formación junto al equipo docente, posan para esta tétrica imagen ataviados con las máscaras de gas con las que eran entrenados sobre cómo comportarse en caso de que estallase un conflicto bélico. Un aprendizaje que muy posiblemente tuvieron que poner en práctica poco tiempo después de haber sido tomada esta foto, el 31 de agosto de 1939. Al día siguiente Alemania invadió Polonia, y al cabo de dos días varios países declararon la guerra a Hitler. El estallido de la Segunda Guerra Mundial comportó un drástico cambio de vida para la población civil, que en muchos casos fue víctima de bombardeos indiscriminados, desplazamientos forzados y sometida a durísimas condiciones de vida.

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