Cómo la Segunda Guerra Mundial forjó el carácter de Isabel II

El 3 de septiembre de 1939 a las 6 de la tarde, el rey Jorge VI de Inglaterra tuvo que enfrentar sus temores.

Estaba por primera vez frente a los micrófonos de la BBC, a punto de dirigirse en vivo a todos sus «súbditos, tanto en la patria como en ultramar» -como diría-, algo que, para alguien famosamente tímido y tartamudo era, de por sí, un reto.

Sin embargo, lo más grave era que ese día, a esa hora «quizás la más fatídica de nuestra historia», el mensaje que debía enviar a todos los rincones del Imperio británico era nefasto.

«Por segunda vez en la vida de la mayoría de nosotros estamos en guerra», expresó.

«Nos han forzado a un conflicto, junto a nuestros aliados tenemos que hacer frente a un principio que, si prevaleciera, sería fatal para cualquier orden civilizado en el mundo», declaró.

Y advirtió: «La tarea será dura. Puede haber días oscuros por delante y la guerra ya no se limita al campo de batalla».

Efectivamente. Mientras que la Primera Guerra Mundial se había combatido principalmente en Europa continental, una nueva era de guerra aérea implicaba que los pueblos y ciudades británicos se habían convertido objetivos de los alemanes.

La mera posibilidad de que los nazis pudieran matar a la familia real con las bombas que lanzaban desde el aire era escalofriante, por lo que asesores, políticos y amigos les recomendaron huir a otro país o buscar refugio, como lo habían hecho otros monarcas europeos.

El rey se negó rotundamente a irse del país; no quiso siquiera dejar Londres.

Si él insistía en quedarse, entonces, al menos, su familia debía estar a salvo.

La reina dejó muy clara su opinión: «Las niñas no se irán a menos que yo lo haga. Yo no me iré a menos que lo haga su padre, y el rey no dejará el país bajo ninguna circunstancia».

Las niñas eran, por supuesto, las princesas Isabel (después reina, nacida en 1926) y Margarita (1930).

Peligro real
En la mañana del 13 de septiembre de 1940, una semana después del inicio del Blitz (como se conoce a los bombardeos sostenidos de la Alemania nazi sobre Reino Unido), un bombardero alemán, escondiéndose en las nubes, voló deliberadamente bajo sobre la capital y arrojó cinco bombas de alto explosivo sobre el Palacio de Buckingham.

Jorge VI y su esposa, Isabel, estaban tomando el té.

Cuando escucharon el «inconfundible zumbido» del avión, salieron corriendo para esquivar la explosión.

Dos bombas cayeron a pocos metros de donde la pareja había estado sentada, una tercera destruyó la capilla y el resto abrió profundos cráteres en el frente del edificio.

No fue la primera ni la última vez que el palacio fue atacado durante la Segunda Guerra Mundial: hubo otros dos ataques esa semana, y en total nueve impactos directos en cinco años. Pero ese fue el momento en que corrieron más peligro.

Y quizás también en el que fue más evidente que compartían algunas de las tribulaciones de sus subditos bombardeados.

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https://www.bbc.com/mundo/noticias-62852706

El oscuro castillo que los nazis quisieron convertir en el «centro del mundo»

Entre los alrededor de 20.000 palacios y castillos que hay en Alemania, el de Wewelsburg es el único triangular. Y esa no es la única razón por la que se distingue de los demás.

El inusual castillo que se alza en lo alto de una roca que domina el valle de Alme fue construido en el siglo XVII para los príncipes obispos de Paderborn. Pero fue su arrendatario en la década de 1930 quien lo hizo aún más notorio.

Se trataba nada menos que Heinrich Himmler, el Reichsführer de las Schutzstaffel (SS), es decir el líder de máximo rango de la organización paramilitar, policial, política, penitenciaria y de seguridad al servicio de Adolf Hitler en la Alemania nazi.

Himmler firmó un contrato de arrendamiento de 100 años pues «quería tener un castillo donde pudiera reunirse con sus más altos líderes de las SS», le explica Kristen John-Stuke, directora Kreismuseum Wewelsburg a BBC Reel.

Su idea era transformarlo en un centro clave de ideología, consolidar el estatus de élite de las SS en la sociedad alemana y garantizar que la organización mantuviera su pureza y valores compartidos. En 1935, su nombre oficial pasó a ser «Escuela Wewelsburg SS».

Y después de la Segunda Guerra Mundial surgieron muchos mitos sobre este lugar que alimentaron, y siguen alimentando, teorías de conspiración.

Misticismo
El Partido Nazi creía en la superioridad de la llamada raza aria (o «sangre alemana»).

Muchos líderes nazis destacados citaban la mitología y leyendas para respaldar sus planes de dominación mundial.

Himmler mismo estaba fascinado con el misticismo y el ocultismo, y vinculósu interés con su filosofía racista, encontrando «pruebas» de la superioridad racial aria y de los países nórdicos desde la antigüedad.

Llegó a imaginar una nueva religión estatal pseudopagana basada en una visión idealizada de la cultura caballeresca alemana y la pureza racial aria.

Las SS iban a ser la vanguardia ideológica de esta nueva fe y el instrumento para adoctrinar a los alemanes en ella.

Y el castillo de Wewelsburg iba a desempeñar un papel central en muchos de los festivales, rituales y las ceremonias que creó, como aquellas en las que se casaban los oficiales de las SS y se ‘bautizaban’ sus hijos.

Es por eso que los rumores sobre el castillo son muchos, pero eso no quiere decir que sean ciertos.

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https://www.bbc.com/mundo/noticias-62640781

¿Cómo se enteró el mundo que existían los campos de concentración?

Al final de la guerra, la liberación de los primeros campos de concentración tuvo poca repercusión, pero las imágenes que los Aliados descubren allí, en un primer momento censuradas, sirvieron para tomar conciencia al mundo del horror del Holocausto.

La liberación de estos campos de exterminio tuvo lugar en medio del avance hacia Berlín de los ejércitos soviético, estadounidenses y británico.

Comienza el 24 de julio de 1944, con el descubrimiento de Majdanek, que está ubicado en los suburbios de Lublin, Polonia, por el Ejército Rojo, y termina el 8 de mayo de 1945 con la liberación de Theresienstadt, o Terezín en checo, en el norte de Praga.

Desde junio de 1944, el teórico de la Solución Final y jefe de las SS, Heinrich Himmler, ordena la evacuación ante la llegada de los aliados y la transferencia de los detenidos a otros campos de concentración.

La orden concernía en primer lugar los campos ubicados en los países bálticos, amenazados por el avance del Ejército Rojo.

Antes de huir, los oficiales de las SS tenían como consigna borrar todas las huellas de sus crímenes.

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Día D: el día en que se salvó el mundo.

Lo que significó el 6 de junio de 1944 entonces, ahora y siempre. Así cambió el mundo el desembarco de Normandía.

Me cortaron el pelo el 5 de junio de 1944. Lo recuerdo con certeza porque, precozmente, intenté entablar una conversación con el barbero sobre la entrada de las tropas aliadas en Roma, de la que se había informado ese día. No parecía interesado en unirse a un niño de diez años de la escuela primaria en una discusión sobre las noticias de la guerra.

Estaba obsesionado por ello. Mis únicos recuerdos eran de un mundo en guerra. Comenzaron con la evacuación de prueba de los niños de las ciudades británicas durante la crisis de Múnich de 1938 e incluyeron la evacuación real en septiembre de 1939, encuentros con soldados que habían escapado de Dunkerque en 1940, el resplandor de Bristol ardiendo en el horizonte durante el bombardeo de 1941 y el descubrimiento de trozos de bombarderos alemanes estrellados en los campos alrededor de nuestra casa. También incluyeron la llegada de los norteamericanos de las divisiones de infantería 1ª y 29ª en 1943, una extraordinaria y excitante alteración de la vida rústica, perturbada por última vez por la construcción de los ferrocarriles en el siglo XIX. Los americanos, a los que los campesinos ingleses sólo conocían a través de Hollywood, trajeron Detroit a sus estrechas callejuelas y pueblos medievales. Los tanques, las excavadoras y los camiones, en cantidades nunca antes imaginadas, prometían una nueva forma de hacer la guerra y, sobre todo, la victoria. Después de cuatro años de penurias, peligro y ansiedad, la llegada de los estadounidenses encendió la esperanza de que, después de todo, podría haber un final exitoso para un conflicto aparentemente interminable.

Nunca había dudado. Con el feroz patriotismo de un niño de la guerra, estaba poseído por la certeza de que Hitler sería derrotado, y amaba a los exuberantes estadounidenses que llegaban porque su confianza en sí mismos y su vitalidad me hablaban de un triunfo predestinado. El sombrío barbero no era mi tipo de persona. Los americanos sí lo eran. Esa noche me escapé de la cama para reunirme con mis padres en el jardín, que retumbaba con la fila de aviones americanos que llevaban a las divisiones 82ª y 101 a sus zonas de lanzamiento en la península de Cotentin. Al día siguiente nos despertamos para escuchar en la radio el anuncio, repetido constantemente durante todo el 6 de junio, de que «esta mañana temprano las armadas aliadas, apoyadas por fuertes fuerzas aéreas aliadas, comenzaron a desembarcar ejércitos aliados en la costa de Francia».

Me llené de euforia. Con la autoridad de un niño de diez años, sabía que la guerra estaba a punto de terminar. No podía tener paciencia con los adultos que se acurrucaban frente a la radio esperando una confirmación sólida de que los desembarcos habían tenido éxito. Por supuesto que habían tenido éxito. Había visto la magnitud de los preparativos: interminables columnas de tanques, cielos llenos de planeadores y sus remolcadores entrenando para los desembarcos aéreos, los pequeños puertos de la costa sur atascados de barcos esperando para transportar las tropas de asalto. Si yo fuera un alemán al otro lado del estrecho Canal de la Mancha -recuerdo lo frágiles que eran las defensas de nuestras playas de baño cuando la amenaza de la invasión estaba en la dirección opuesta en 1940 y 41-, pensé que simplemente estaría esperando para levantar las manos.

Los alemanes, ahora lo sabemos, no estaban de buen humor. Hasta el mes de noviembre anterior, Hitler no había emitido la quincuagésima primera de sus directivas del Führer, admitiendo por fin que la amenaza contra el Muro del Atlántico era real. Hasta entonces, tres cuartas partes de sus recursos se habían destinado a la guerra contra Rusia. Ahora admitía que «un peligro mayor aparece en el Oeste… Si el enemigo consiguiera romper nuestras defensas en un amplio frente aquí, las consecuencias inmediatas serían imprevisibles… Por lo tanto, he decidido reforzar sus defensas, especialmente en aquellos lugares desde los que se iniciará un bombardeo de largo alcance contra los ingleses».

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Rusia y Ucrania: cómo fue el sitio de Leningrado y por qué muchos lo recuerdan ahora tras la invasión rusa.

Sin luz, agua, calefacción o comida. La mayor parte del día, sin poder comunicarse con el mundo exterior, atemorizados por el estruendo de los misiles y la metralla.

«Nos bombardean constantemente. Estamos sin nada», le dice a la BBC Oksana, una residente de la ciudad ucraniana de Mariúpol.

Desde hace casi dos semanas, la localidad, como otras tantas en Ucrania, ha sido asediada sin descanso por las tropas rusas.

Zonas residenciales enteras han sido reducidas a escombros e incluso hospitales y escuelan muestran las cicatrices oscuras de las bombas.

Las fuerzas del Kremlin han cortado el acceso a todos los servicios básicos mientras la ciudad se hiela en invierno.

Imágenes y testimonios desde allí muestran a los residentes reunidos en las calles, cuando las explosiones lo permiten, para cocinar con pedazos de troncos de árboles su comida y, también, formando milicias urbanas para hacer frente al asedio.

«Al menos está nevando. Hay nieve, así que habrá agua, porque la nieve se puede derretir», dice Oksana.

Para ella, como para otros tantos residentes de la ciudad, su realidad ahora se vincula con la memoria terrible de uno de los hechos que más marcó a las repúblicas exsoviéticas: el asedio que vivió por casi 900 días la antigua capital del imperio ruso.

Las imágenes que revelan la dimensión de la destrucción en la ciudad ucraniana de Mariúpol
«Mis amigos pueden estar enterrados en fosas comunes»: la campaña de bombardeos indiscriminados sobre la ciudad de Mariúpol
«Para muchos de los que viven en Mariúpol esta situación es como el sitio de Leningrado», dice Diana Kuryshko, periodista del servicio ucraniano de la BBC.

El propio secretario de Estado de EE.UU., Anthony Blinken, asoció la situación en la ciudad ucraniana con la que vivió la actual ciudad rusa de San Petersburgo, sitiada por los nazis.

«Todos los rusos han aprendido sobre el asedio de Leningrado durante la II Guerra Mundial. Lamentablemente, la historia se ha repetido, pero ahora es el gobierno ruso el que cruelmente mata de hambre a las ciudades ucranianas», escribió Blinken en Twitter.

La asociación entre los asedios despertó señales de apoyos, pero también cuestionamientos entre quienes vieron como desproporcionada la comparación con una de las mayores tragedias de la historia rusa reciente.

Pero para el historiador Richard Bidlack, profesor de la Universidad Washington and Lee y uno de los investigadores internacionales más reconocidos sobre el sitio de Leningrado, la asociación cobra sentido, más allá de la duración y la envergadura de ambos asedios.

«El paralelismo histórico está presente: ciudades que son cercadas por tropas invasoras, que cortan agua, luz y alimentos a sus habitantes, que tratan de vaciarlas con el hambre y con el fuego de misiles y artillería. Y también, con la resistencia popular al invasor través de milicias… son todos factores comunes», le dice a BBC Mundo.

«Lógicamente, es difícil hacer asociaciones y comparaciones cuando hablamos de vidas humanas, porque al final no se trata de una competencia sobre qué hecho duró más o cuál dejó menos muertos. Pero sí es cierto que al ver las imágenes de lo que está pasando en algunas ciudades ucranianas, principalmente en Mariúpol, es difícil no asociarlas con lo que sucedió en Leningrado», agrega

Pero ¿qué pasó en esta ciudad rusa (actualmente San Petersburgo) y por qué se recuerda durante la invasión de Ucrania?

El gran cerco
Fue, tal vez, una de las decisiones militares más inesperadas de la historia: en 1941, Hitler decidió romper el pacto de no agresión que había firmado con Stalin y decidió lanzarse contra la Unión Soviética.

La guerra tenía ahora un nuevo frente y las tropas nazis, con la ayuda inicial de Finlandia, parte de cuyo territorio había sido invadido por el Ejército Rojo, se lanzaron contra una de las ciudades soviéticas más importantes y emblemáticas.

La toma de Leningrado – capital simbólica de la Revolución de 1917 y del bolchevismo- era uno de los tres objetivos principales de la Operación Barbarroja, el plan secreto de Hitler para invadir la URSS.

Pero su importancia iba más allá de lo que representaba la ciudad.

«Leningrado tenía muchos activos. Era responsable de alrededor del 10% de la producción industrial soviética en vísperas de la guerra, con varias plantas de guerra, particularmente en los distritos del sur de la ciudad. Y también tenía una posición estratégica, porque al frente, en una isla, estaba el cuartel general de la enorme Flota Báltica», recuerda Bidlack.

Los nazis arremetieron con todo lo que tenían a su alcance contra la ciudad. Se dice que Hitler creía que caería en cuestión de días.

Pero la resistencia fue más allá de todos los pronósticos: los alemanes no lograron tomar el control, lo que llevó a una tragedia humanitaria de grandes proporciones.

«Hubo bombardeos aéreos y fuego de artillería cruzada. La esperanza de Alemania era que para 1942, no quedaría esencialmente gente en la ciudad y así podrían ocuparla. Su plan para tomar la ciudad era matarla de hambre y bombardearla hasta someterla», recuerda el académico.

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Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

Con el lanzamiento sobre la población civil de las bombas atómicas de Nagasaki e Hiroshima, el mundo bélico cambió para siempre. La detonación de la bomba Little Boy, lanzada por el bombardero Enola Gay, creó una explosión equivalente a 16 kilotones, mientras que la bomba atómica Fat Man, lanzada por el bombardero Bockscar, tenía una potencia de 21 kilotones. Y desde ese 6 de agosto de 1945, las guerras y la relación entre países ya no volverían a ser iguales.

un 7 de mayo de 1945, el general Alfred Jodl, Jefe del Estado Mayor del Alto Mando de las Fuerzas Armadas Alemanas, firmaría en el Cuartel General Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada, en Reims, Francia, el Acta de Rendición Incondicional de la Alemania Nacionalsocialista ante las fuerzas aliadas. Sin embargo, la rendición de los alemanes no pondría fin a la mayor guerra de la historia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial. La contienda se trasladaría exclusivamente al Pacífico, donde la Segunda Guerra Sino-Japonesa se venía librando desde 1937.

Esta comenzaría el 7 de julio de 1937 con la invasión por Japón del noreste de China. Con este acto bélico los nipones darían comienzo a una guerra particular en la que pronto se verían involucradas varias naciones. Es desde este momento que Japón trataría – con éxito- de expandirse por el continente asiático.

La aplastante superioridad militar de los japoneses respecto a sus vecinos pronto dio sus frutos. Las ambiciones japonesas crecieron paulatinamente hasta que, unos años después, continuando con su política bélica expansionista, firmarían con Alemania e Italia el Tratado Tripartito, mediante el cual quedaba alineado con las potencias del eje.

En julio de 1941, con el objetivo de conformar en la zona una coalición de naciones asiáticas libres de la influencia europea y lideradas por Japón, lo que los japoneses conceptualizaron bajo el término de «la Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia», los nipones decidieron dirigir su ejército hacia el sur de Indochina, territorio controlado por Francia.

Ante este acto de beligerancia la respuesta de algunos países europeos, así como de los Estados Unidos, -con intereses económicos en la zona- no se hizo de esperar. El resultado fue una serie de embargos comerciales y una disminución del 90% en el suministro de petróleo en detrimento del país del sol naciente.

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Una larga liberación.

la campaña mediante la cual las fuerzas del Eje ocuparon Bélgica fue una de las más eficientes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Menos de 20 días bastaron a la Wehrmacht para someter al ejército belga en mayo de 1940. Desde entonces, la resistencia trabajó en la clandestinidad y desde el exterior para liberar a su país de la ocupación. Sin embargo, no fue hasta septiembre de 1944 —y tras el éxito del Desembarco de Normandía—, que los Aliados consiguieron liberar Bruselas, la capital, y poco después también la ciudad de Amberes. En el caso de esta última, la paz tardó un poco más en llegar, pues la situación estratégica de su puerto hizo que los alemanes trataran de mantenerla a toda costa. Esta imagen muestra una mujer gravemente herida siendo atendida en el suelo de una calle céntrica de Amberes tras recibir el impacto de una bomba V1 lanzada desde el aire el 2 de diciembre de 1944, casi tres meses después de la liberación de la ciudad.

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Los secretos para superar el claustrofóbico confinamiento en los submarinos nazis de la Segunda Guerra Mundial.

El mayor reto de los comandantes era mantener a sus hombres distraídos para evitar que se volvieran locos y conseguir que convivieran de forma apacible en el interior de los «U-Boote».

Una buena parte de las películas (con la salvedad de la archiconocida «Das Boote») no han conseguido llevar con éxito hasta a la gran pantalla cómo era el día a día de la dotación de los submarinos alemanes; los mitificados «U-Boote». ¿Cada cuánto tiempo se cambiaban de ropa?, ¿cuál era su menú diario? A veces, y si me permiten el juego de palabras inverso, una frase vale más que mil imágenes.

Sirvan como ejemplo las conclusiones que Herbert A. Werner, oficial en cinco sumergibles germanos durante la Segunda Guerra Mundial, escribió en su obra magna, «Ataúdes de acero»: «Llenaba el estrecho tambor de acero un hedor horrible, emanado de muchos cuerpos sudorosos, del combustible, de la grasa lubricante y de los rebosantes recipientes sanitarios».

Otro tanto ha pasado con el escaso espacio que los miembros de la dotación tenían para su disfrute.

Poco se parecía a lo que nos ha mostrado Hollywood… El sumergible Tipo VII (el más popular de la Segunda Guerra Mundial) apenas contaba con un piso dividido en varias y minúsculas estancias. La mayor parte, lo bastante angostas como para que los marineros se vieran obligados a caminar en fila india debido a las estrecheces. La palabra para definir aquel ambiente es claustrofóbico. El espacio era tan escaso que, como explicó el mismo Werner en su libro, era habitual utilizar uno de los dos retretes de la nave como despensa y que los marineros se valieran del sistema de «camas calientes» (dormir en dos turnos en las literas) para ahorrar unos centímetros vitales.

Súmenle a todo ello la desesperación de permanecer durante semanas lejos de puerto (una parte de ese tiempo, bajo las aguas) para terminar de redondear una suerte de enclaustramiento en el que, como bien señalaban los comandantes de la época, cualquier chispa podía provocar una tensa riña entre dos marineros. Desde «como hablaba y roncaba uno», hasta, en palabras de Werner, «como bebía su café y se acariciaba la barba el otro». Todo valía para sulfurar a aquel medio centenar de lobos de mar. ¿Cómo evitar la locura y superar la angustia de saberse en un cascarón en mitad del Atlántico? Los oficiales lo tenían claro: rutina, manejo de la psicología, compañerismo y recompensas (de forma habitual, comida y bebida) especiales para evitar las revueltas.

Díganme si, en plena cuarentena por el tristemente popular Coronavirus, no tenemos mucho que aprender de los marinos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial y que, hace más de ocho décadas, dejaban a un lado sus diferencias. O digánselo al mismo Werner después de que escribiera las siguientes palabras tras un mes de misión: «Los hombres, enjaulados en el tambor que no cesaba de sacudirse, tomaban el movimiento y la monotonía con estoicismo. Ocasionalmente alguien estallaba, pero los ánimos se mantenían bien altos. Todos éramos pacientes veteranos. Todo el mundo a bordo tenía aspecto similar, olía igual, y adoptaba las mismas frases y maldiciones. Aprendimos a vivir juntos en un estrecho cilindro no más largo que dos vagones de ferrocarril».

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Mussolini y sus 600 amantes.

Las muchachas pasaban a la Sala Mapamundi del palacio Venecia, en Roma. Al rato, entraba Benito Mussolini y, casi de inmediato, vestido y con las botas puestas, tenía sexo con ellas sobre la alfombra o sobre la mesa. Si eran repetidoras, entonces, como deferencia, el secretario del Duce las hacía pasar a la Sala del Zodíaco, decorada de una forma más ‘romántica’ que la del Mapamundi.



Burguesas, socialistas, periodistas, pianistas, aristócratas… incluso princesas. Todo tipo de mujeres cayeron en sus brazos. Se dice que se acostó con 600. Una de ellas, Clara Petacci, quiso morir con él y la fusilaron a su lado.
POR FÁTIMA URIBARRI
Friday, 5 November 2021, 11:00
Tiempo de lectura:7 min.
Las muchachas pasaban a la Sala Mapamundi del palacio Venecia, en Roma. Al rato, entraba Benito Mussolini y, casi de inmediato, vestido y con las botas puestas, tenía sexo con ellas sobre la alfombra o sobre la mesa. Si eran repetidoras, entonces, como deferencia, el secretario del Duce las hacía pasar a la Sala del Zodíaco, decorada de una forma más ‘romántica’ que la del Mapamundi.


Todos los días llegaban chicas al palacio para acostarse con quien fue el Presidente del Consejo de Ministros Reales de Italia desde 1922 hasta 1943 y luego Duce -guía- de la República Social Italiana hasta su ejecución, en 1945. «Eran actos de naturaleza conejil, que duraban pocos minutos, pero ellas se sentían orgullosas de haber sido tocadas por él», cuenta Rosa Montero en su libro Dictadoras. Las mujeres de los hombres más despiadados de la Historia (Lumen).

Estas chicas habían escrito cartas de amor al Duce que se respondían con citas. Su secretario, Quinto Navarra, gestionaba el ‘tráfico’ femenino del palacio. Mussolini fue un mujeriego irredento. Algunas fuentes cifran en 600 sus conquistas. Él mismo alardeaba de ello diciendo que a menudo se acostaba con cuatro al día.

Explica Antonio Scurati, autor de M. El hijo del siglo (Alfaguara) -una colosal biografía novelada del Duce- que ya los informantes policiales que lo vigilaban en 1919, antes de que se convirtiera en el dictador de la Italia fascista, advertían de que era un hombre cautivador, persuasivo, seductor, «ambicioso y tenaz en sus odios y enemistades» y que podría «convertirse en un caudillo, un matón temible».

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Barcos hundidos en la Segunda Guerra Mundial emergen por la actividad volcánica en Japón.

Los movimientos de la corteza provocados por el volcán submarino Fukutoku-Okanoba han sacado a flote embarcaciones que no sobrevivieron a la batalla de Iwo Jima.

La erupción de La Palma no es la única que deja imágenes para el recuerdo. El pasado 13 de agosto, el volcán submarino Fukutoku-Okanoba, situado en las islas Ogasawara, en Japón, creó un islote de roca y ceniza con forma de pezuña. Era la primera vez que ocurría en 35 años, pero lo más llamativo de todo es que estos movimientos de la corteza han sacado a flote barcos hundidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Según se aprecia en las imágenes recogidas por la cadena All-Nippon News (ANN), cuyos reporteros han sobrevolado el terreno en avión junto a un geólogo, se trata de una decena de grandes embarcaciones; o, mejor dicho, lo que queda de ellas, que han emergido en la vecina isla de Iwo Jima. Allí se libró una cruenta batalla naval el 19 de febrero de 1945, clave para los intereses estadounidenses en el frente del océano Pacífico. De hecho, historiadores consultados por los medios japoneses apuntan a que probablemente los barcos emergidos formaran parte de un puerto que Estados Unidos estaba tratando de construir para controlar la isla. El tiempo que permanezcan a flote los barcos dependerá de la evolución de la actividad sísmica. Hay tres volcanes próximos a la zona: Nishinoshima, Fukutoku-Okanoba e Iwo Jima. Setsuya Nakada, director del Centro de Investigación de Volcanes japonés, explica a Asahi TV News que existe la posibilidad de que cualquiera de ellos entre en erupción próximamente: «Iwo Jima es el volcán que cambia más rápidamente entre los 110 volcanes activos de Japón. Especialmente en esta época del año, Nishinoshima, Fukutoku Okanoba e Iwo Jima están activos al mismo tiempo. Creo que existe la posibilidad real de una gran erupción».

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